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Fue un día del azul septiembre cuando, bajo la sombra de un ciruelo joven, tuve a mi pálido amor entre los brazos, como se tiene a un sueño calmo y dulce.
Y en el hermoso cielo de verano, sobre nosotros, contemplé una nube.
Era una nube altísima, muy blanca. Cuando volví a mirarla, ya no estaba.
Pasaron, desde entonces, muchas lunas navegando despacio por el cielo.
A los ciruelos les llegó la tala. Me preguntas: «¿Qué fue de aquel amor?»
Debo decirte que ya no lo recuerdo, y, sin embargo, entiendo lo que dices.
Pero ya no me acuerdo de su cara y sólo sé que, un día, la besé.
Y hasta el beso lo habría ya olvidado de no haber sido por aquella nube.
No la he olvidado. No la olvidaré: era muy blanca y alta, y descendía.
Acaso aún florezcan los ciruelos y mi amor tenga ahora siete hijos.
Pero la nube sólo floreció un instante: cuando volví a mirar
... ya se había hecho viento.
Bertolt Brecht