Siete Cantigas del más Allá

*
Amarillea amargo el tiempo y no hay tiempo
para más desdecir la muerte.
Marinero que llevas la barca del pasar,
el pájaro en la jarcia dice aún su cantar.
Lo escucho más allá del tiempo.

Anhelo.
El verbo crea el movimiento de la luz en el fondo
de las amargas aguas.
Mañana, no poses todavía
tus pájaros dorados sobre mi pecho herido.

Cerqué, cercaste,
cercamos tu cuerpo, el mío, el tuyo,
como si fueran sólo un solo cuerpo.
Lo cercamos en la noche.

Oí la voz. Bajé sobre tu cuerpo.
Se abrió, almendra. 
Bajé a lo alto de ti, subí a lo hondo.

Oí la voz en el nacer del sol, 
en el acercamiento y en la inseparación, 
en el eje del día y de la noche, de ti y de mí. 
Quedé, fui tú. 
Y tú quedaste como eres tú, 
para siempre encendido.

Despiértate en la tarde.
Fuimos un modesto fenómeno de antaño.
Ahora se echa el viento, hermano.
No sé si fuimos.
Pues así quedamos olvidados de nosotros, 
vacíos ya enteramente de nosotros
y sea éste al fin para nosotros el solo tiempo de la verdad.

Palidecen los sueños, cae la noche en la noche.
Ya no hay luz que no sea la blancura de tu pecho.
Aíslame en el hálito.

Vamos hacia la tarde, amor, 
del siglo sin saber si aún habrá
ventura saecula o si el rostro del enigma 
no será nuestro rostro en el espejo
y si todas las palabras no se habrán,
sin saberlo nosotros, por sí mismas cumplido.

José Ángel Valente
(extractos)

Siete cantigas de más allá