Ahora y Nada

*
Tengo un trabajo conjurado y denso pero no importa, lo interrumpo,
necesito una tregua con distancia, una paz despojada de ansiedades,
un ocio sin escrúpulos de ocio. 
Me siento en la terraza a no hacer nada 
ni siquiera a leer un texto fácil, tan sólo que las manos se abandonen,
los ojos se habitúen al otoño, la espalda a estar sin alas.
Allá abajo la plaza verde y ocre con sus perros higiénicos y ágiles que se 
vengan de encierro y celibatos. Miro el cielo naranja cruzado por antenas 
sólo al encontrarme con los rumores metropolitanos existe la ciudad 
remota y próxima.
Mientras hamaco mi ocio tengo que defenderlo y sobre todo,
tengo que aprender a gozarlo, de pronto asumo que este instante nada ritual, 
es un oasis. 
La discutible soledad en la que puedo ser yo mismo, vaya a saber
lo que uno sabe para quedarse aquí tapando aullidos, olvidando las horas 
en acecho, uniendo las mitades de la vida.
Es una calma gris sin concesiones y sin los desencuentros de la urgencia,
una tranquilidad convaleciente y algo tediosa claro, no sé si este sosiego 
es necesario, de todos modos no es inexpugnable,
lo asedian los recuerdos cenagosos, las pálidas vergüenzas,
el oscuro subsuelo de la calma, las mágicas palabras nunca dichas,
los silencios violados, los gestos abrasados y abrazantes, los yermos del amor, 
los mitos resurrectos, la araña con su tela de rencores, la furia sin rescoldo.
El corazón sin huésped es una calma desvelada por las fogatas que apagué 
y por la infancia que me espía. 
Mi vigilia en desorden tiene puestas sus miradas en la paz temblorosa, 
la que mueve los árboles sin pájaros como si les quitara un sortilegio 
y también tiene puestas sus esperanzas en la astucia.

De mi memoria que da y quita huellas y nombres, voz y voces,
debo reconocer que en esta calma me siento como sapo de otro pozo, 
no sé si tendré ganas de hundirme para siempre en el sosiego.
Allá abajo en la plaza verde y ocre perritos y perrazos bien se lamen 
con cierta discreción y sin tristeza aunque dios los creara, ellos no creen en dios 
y si a menudo alzan una pata no es para bendecir el árbol ciertamente...
bonanza de emergencia, esta tregua sin fiebre la siento en las rodillas,
gorriones de penuria avanzan paso a paso en un tango liberto,
no hay otros habitantes y si los hay no cuentan.
Tampoco cuento yo,
vuelvo a mis soledades, 
esas pobres contiguas que me miran llegar 
como un poseso otra vez al trabajo conjurado
... por hoy basta de calma.

Mario Benedetti
La Vida ese paréntesis
Preguntas al azar