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Me da la mano y me conduce hasta la piedra,
me muestra su mirada de actinia y luego se desnuda,
moja mis labios con un sabor a frutas incendiadas,
ata sus pies a mi cintura.
Se agita como una cabellera
que desova bajo el agua,
en mar su vientre se transforma,
me hace el amor quinientos años
... y llora.
Adolfo Burriel
Colores desunidos