Yo siento por la luz un amor de salvaje.
Cada pequeña llama me encanta y sobrecoge;
¿no será, cada lumbre, un cáliz que recoge
el calor
de las almas que pasan en su viaje?
Hay unas pequeñitas, azules, temblorosas,
lo mismo que las almas taciturnas y buenas.
Hay otras casi blancas; fulgores de azucenas.
Hay otras casi rojas; espíritus de rosas.
Yo respeto y adoro la luz como si fuera
una cosa que vive, que siente,
que medita,
un ser que nos contempla transformado en hoguera.
Así, cuando yo muera,
he de ser a tu lado
una pequeña llama de dulzura infinita
,
para tus largas noches de amante desolado...
Juana de Ibarbourou