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Cuando me asomé a tus labios un rojo túnel de sangre,
oscuro y triste, se hundía hasta el final de tu alma.
Cuando penetró mi beso, su calor y su luz daban
temblores y sobresaltos a tu carne sorprendida.
Desde entonces, los caminos que conducen a tu alma
no quieres que estén desiertos.
¡Cuántas flechas, peces, pájaros
... cuántas caricias y besos!
Manuel Altolaguirre