Dilo, dilo otra vez, y repite de nuevo que me quieres,
aunque esta palabra repetida, en tus labios,
el canto del cuclillo recuerde.
Y no olvides que nunca la fresca primavera
llegó al monte o al llano, al valle o a los bosques,
en su entero verdor, sin la voz del cuclillo.
Me saluda en las sombras, amor, incierta,
esa voz de un espíritu, y en mi duda angustiosa,
clamo: «¡Vuelve a decir que me quieres!»
¿Quién teme un exceso de estrellas, aunque los cielos colmen,
o un exceso de flores ciñendo todo el año?
Di que me quieres, di que me quieres:
renueva el tañido de plata; mas piensa, querido mío,
en quererme también con el alma, en silencio.
Elizabeth Barret Browning