Alegría

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Uno tiene derecho a la alegría. 
A veces es humo o es niebla o es celaje. Pero detrás de esas demoras 
ella está, esperando. 
Siempre hay una hendija del alma por donde la alegría asoma 
sus despabiladas pupilas. 
Entonces el corazón se vuelve más vivaz, se extrae de su quietud y 
es casi pájaro.
La alegría sobreviene después de las ausencias, al fin de las nostalgias. 
Si uno se reencuentra con lo amado y su revelación unánime, 
es lógico que el gozo nos abrace y a uno le vienen ganas de cantar. 
Aunque no tenga voz, aunque esté ronco de pasadas angustias.
Después de todo la alegría es un préstamo, no nos pertenece. 
Es una locurita, un premio pasajero, pero la disfrutamos como si fuera propia, 
como un lucro, como una primavera de la vida. 
Ella se aferra al tiempo, arrastra su poquito de la infancia y 
se mete soplando en la vejez.
Semana tras semana, año tras año, la alegría va llenando vacíos,
hasta que no puede más y se vuelve tristeza.

Mario Benedetti