Lo sabíamos ambos,
por eso era superfluo repetirlo
-también eso sabíamos-,
aunque a veces la noche se encarnizara
en darnos
las palabras más bellas, por si acaso crecían.
Esas veces que faltaba un mal minuto
para que hubiese chispas
rodando por el suelo,
y había que apartar los ojos, y amarrarse
los lazos
casi sueltos de la triste cordura.
Porque también sabíamos que era cosa de locos,
desvarío extremado (aunque, sí, delicioso)
y que era necesario extirparlo,
de golpe,
o sacarle los ojos, o cortarle las manos
para que no saliese
a la luz y mostrase
, su inocencia perfecta
... que no iba a entender nadie.
Josefa Parra
Elogio a la mala yerba
Fotografía: Spellbound
Por: Lizzy Gadd