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La luna nos buscó desde la almena,
cantó la acequia, palpitó el olvido.
Mi corazón, intrépido y cautivo,
tendió las manos, fiel a tu cadena.
Qué sábanas de yerba y luna llena envolvieron el acto decisivo.
Qué mediodía sudoroso y vivo enjalbegó la noche de azucena.
Por las esquinas verdes del encuentro,
las caricias, ansiosas, se perdían como en una espesura,
cuerpo adentro.
Dios y sus cosas nos reconocían.
De nuevo giró el mundo,
y en su centro dos bocas,
una a una, se bebían.
Antonio Cala
Fotografía de Valeriya Tikhonova